jueves, 25 de agosto de 2011

Azul isopreno

Esto de perseguir quimifóbicos tiene sus derivadas inherentes (ya sea la cuarta, la quinta o más). Andaba tras la pista de un supuesto fertilizante "orgánico" con el que meterme y, hete aquí, que me topo con la web de una viuda americana de mi edad, "orgánica" también, que me ha recordado, con la foto que veis como inicio de esta entrada, unos apuntes olvidados en una de mis moleskines. La ciudadana en cuestión parece aspirar a tener su retiro en un pequeño pueblo de Carolina del Norte (Ashville), hasta donde llegan las estribaciones de las Blue Ridge Mountains, donde estos efectos ópticos son corrientes y de ahí su nombre turístico. La foto se parece mucho a uno de los salvapantallas que Apple nos ofrece a los usuarios de Mac, pero es una foto verdadera, sin photoshop, filtros u otros artilugios digitales. Y su tono azul se debe a las altas concentraciones en la zona de una molécula que ha tenido mucho que ver en mi devenir académico: el isopreno, una palabreja que bien pudiera induciros al abandono de la lectura de este post, pero sois gente fiel y seguro que seguís leyendo.

Sobre el isopreno ya me he repetido en las 318 entradas de este Blog. Recordando a un pintor de brocha gorda que cambiaba el look de mi casa paterna muchas primaveras, escribí un post sobre los terpenos, esas moléculas "aromáticas" (en el sentido de que huelen, no en el estricto significado químico) que el Búho asociacon el olor a aguarrás. Dichos terpenos son moléculas que contienen dos o más unidades de isopreno, unidas entre si. El isopreno, concatenado miles de veces consigo mismo, constituye el poliisopreno (PIP), un polímero sobre el que hay varias entradas en este Blog, no en vano su autor obtuvo el título de Dr. con una atribulada Tesis en la que el PIP era un protagonista importante. Los químicamente poco exquisitos conocen al poliisopreno por su vulgar nombre de caucho, ya sea en su versión natural, fabricado por diferentes árboles tropicales, o en su versión sintética. Uno y otro son la base de todos los neumáticos que en la historia han sido (ver, por ejemplo, esta entrada). Pero también están en los orígenes de las gomas de mascar amén de guantes y preservativos. Pero por una vez, y sin que sirva de precedente, esta entrada no va de poliisoprenos o de polímeros. Va de la molécula escueta que llamamos isopreno, causante como decía arriba del color azulado de esa postal de Carolina del Norte.

La fotosíntesis, sin profundizar mucho, es el gran vector que las plantas nos están ofreciendo para poder escapar de nuestra dependencia de hidrocarburos fósiles como el petróleo, el gas o el carbón. Aprovechando la energía gratuita que les proporciona el sol y tomando anhídrido carbónico (CO2) de la atmósfera, que también es gratis y cada vez más abundante, los inofensivos vegetales de todo porte utilizan a ambos para fabricar sus fibras de celulosa, sus tubérculos, ricos en glucosa, y
, como "subproducto", generar el oxígeno que necesitamos para respirar. Es como el Santo Grial en esta época de crisis climática. Eliminamos el jodido CO2 del efecto invernadero, lo transformamos en oxígeno y, encima, tenemos calorcito para nuestros usos derivado de la producción de biomasa realizada. Un chollo, pero la Naturaleza se ha tomado sus millones de años para llegar a esa solución y nosotros no somos tan listos como parece. Andan por ahí algunos científicos que, abusando del marketing, propugnan que han sido capaces de generar "hojas artificiales" que hacen lo mismo, pero la publicidad es engañosa e interesada y el símil está falsamente elegido.

Pero, ¿qué tiene que ver el azul de isopreno en todo esto?. Pues del todo claro no está, pero parece ya bien probado que el isopreno es la respuesta de los grandes árboles de las Blue Ridge Mountains y zonas similares para preservar sus mecanismos de fotosíntesis cuando aprietan las olas de calor. Gracias al isopreno, preservan los órganos de sus hojas capaces de llevar a cabo esa labor fotosintética. Hay mucha literatura sobre el tema que ilustra la principal conclusión que acabo de apuntar [ver, por ejemplo y por poner una cita reciente, K. Behnke et al. Photosynth. Res. (2010) 104: 5-1].

Esa puesta en el ambiente de grandes cantidades de isopreno tiene efectos tan espectaculares como los paisajes azules que se quedan en nuestras retinas y cámaras fotográficas. Pero todo lo natural no es inocuo, as you probably know. Está bien entendido, desde los años ochenta, que esa atmósfera de isopreno puede generar ácidos orgánicos y su correspondiente "lluvia ácida". Y que en áreas más urbanitas, y con el concurso de los óxidos de nitrógeno de los tubos de escape, puede dar lugar a incrementos notables en la concentración de ozono, un gas moderadamente tóxico en ciertas concentraciones y contribuyente conocido al efecto invernadero.

Y si, además, os creeis este link, podreis comprobar que haciendo inhalar isopreno a ratas durante dos años, queda meridianamente claro que se trata de un agente cancerígeno (que afecta más a los machos que a las hembras, of course). Los pobres de las Blue Ridge Mountains viviendo toda la vida en ese ambiente y los del National Toxicology Program americano llamándose andanas... ¡Peste de yankees..!

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domingo, 21 de agosto de 2011

Contaminaciones pretéritas

Más de una vez he comentado en este Blog las "excelencias" medioambientales en las que se desarrolló mi más tierna infancia. En un pueblo lleno de papeleras, fábricas de curtidos, resinas fenólicas, una importante planta siderúrgica y otras delicias que vertían al Urumea o al aire los subproductos no deseados de sus actividades. Esas actividades han cerrado o están ahora bajo control. Dicen mis detractores que lo que no entiendo es que ahora la contaminación es global y, por tanto, mucho más difícil de solucionar. Pero, al mismo tiempo, me venden lo importante que son los gestos diarios (ir a la compra con un carrito) para solventar el problema. Así que no sé con qué quedarme. Mientras tanto, tengo una historia que demuestra que el pasado pudo ser muy sórdido y maloliente, aunque no tengamos registros cromatográficos o espectroscópicos de sus niveles para comparar. Solo indicios. Como el del barco Vasa.

Uno de los reclamos turísticos de Estocolmo es la visita al Museo en el que se conserva el Vasa, un magnífico barco cuya historia da para más de un chascarrillo. Construido a mayor gloria del rey Gustavo Adolfo de la época, fué botado en medio de la expectación popular un día aciago de 1628 (el 10 de agosto) en el puerto de la capital sueca. No había navegado más allá de una milla naútica cuando una suave brisa nórdica empezó a tumbarlo un poco y, a pesar de los esfuerzos de la tripulación, se fué a pique en cuestión de minutos, llevándose para abajo toda su parafernalia constituida por el mejor armamento y mobiliario de la época, así como unos cuantos tripulantes. Y allí abajo se quedó durante la interesante y nada desdeñable cifra de 333 años, hasta que en el año 1961 fué sacado a la superficie.

Al ponerlo en tierra, la sorpresa fue mayúscula ante el impresionante estado de conservación del barco. Tanto es así que ha sido una fuente inagotable de información para los estudiosos de la época. Pero hoy sabemos que el preservante "natural" del barco fué, ni más ni menos, el alto grado de contaminación que el puerto de Estocolmo tuvo a la largo de esas más de tres centurias y que sólo ha sido solventada drásticamente a finales del siglo XX. El altamente tóxico medio marino hizo, durante ese tiempo, que cualquier asomo de vida se extinguiera, incluidos los microorganismos que normalmente se hubieran puesto morados con la madera del Vasa.

Así que, tras la sorpresa inicial, hubo que buscar un medio para preservar semejante legado del pasado (y de la contaminación, por qué no decirlo). La solución elegida implicó el empleo de un polímero del que hablábamos hace pocas semanas a propósito del jueguecito de las paintballs: el polietilenglicol (PEG), con el que se estuvo pulverizando la integridad del barco durante casi 17 años.

Durante los más de treinta años posteriores, el PEG parece haber cumplir con su papel sin mayores problemas, aunque a partir de un estudio exhaustivo que empezó en 2006, se empezaron a evidenciar una serie de problemas que también tienen que ver con la Química. Por ejemplo, se detectaron cantidades pequeñas de ácido fórmico en el ambiente interior del barco. Dos posibles hipótesis se manejaron: que el fórmico tuviera su origen en la propia descomposición oxidativa del polietilen glicol o, alternativamente, en la descomposición de la madera del barco. La solución estuvo en el empleo de técnicas de datación basadas en carbono 14. El PEG se fabrica a partir de sustancias derivadas del petróleo, originado hace mucho tiempo a partir de plantas. Como explicamos en su día, eso implica que debe quedar muy poco carbono 14 en ese tipo de sustancias. Cosa que no pasa con la madera del barco, que proviene de un arbol que fué talado (y matado) hace como mucho 400 años y en la que las cantidades de carbono 14 deben ser sustancialmente más altas. Pues bien, la conclusión de esos estudios parece ser que casi todo el fórmico proviene de procesos de descomposición de la madera del Vasa que la protección con el PEG no parece eliminar del todo.

Otro problema químico en la conservación del tesoro tiene que ver con la contaminación que, en un principio, preservó el barco en la dársena de Estocolmo. Los compuestos de azufre presentes en los lodos del puerto emigraron al interior de la madera del barco, básicamente en forma de sulfuros. Pero al sacarlo a la superficie, esos sulfuros empezaron a sufrir una oxidación que, dificilmente, se podía dar en un ambiente pobre en oxígeno como el del agua de mar. Y los sulfuros se van convirtiendo en sulfatos y los sulfatos, en parte, en ácido sulfúrico. Se calcula que el cuerpo del barco contiene todavía cantidades suficientes de sulfuros como para producir cinco toneladas de ácido sulfúrico, a una velocidad de 100 kilos por año, lo que destruiría literalmente el barco.

Así que los conservadores (y los químicos) suecos ya tienen trabajo si no quieren quedarse sin la gallina de los huevos de oro del museo.

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jueves, 18 de agosto de 2011

Ponga un pato en su medicación

Estoy perdiendo facultades. Debe ser por el verano o porque debajo del nido me han colocado, de sábado a sábado, un camión musical que hace las noches de la Semana Grande donostiarra más "participativas", según el lenguaje que el calvo que nos gobernaba ha transmitido al nuevo edil de Bildu. El caso es que, por no escribir, no escribo ni de la homeopatía, que ya es no escribir. Pero, ni falta que hace. Los colegas de Amazings (tengo un link a su página a la derecha) y más concretamente FerFrías, ha colgado un magnífico post sobre los intentos de la multinacional Boiron, con la que ya me he metido varias veces, para silenciar a un bloguero italiano que parece haberles importunado. Yo no podría hacerlo mejor a pesar de mi florido verbo. Así que haríais bien en leer a FerFrías en ese link y sabreis por qué el Pato Donald ilustra esta entrada. Mientras tanto, voy a seguir maquinando qué putada podría yo hacer a estos hosteleros que han pagado el camión de mis desvelos nocturnos.

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martes, 2 de agosto de 2011

Detox

No debo escribir sobre dietética porque no tengo entendederas al respecto. Pero, como en otras cosas en las que soy lego, en lo de comer he desarrollado mi propio método. Como buen plumífero soy omnívoro y, a la hora de elegir entre las múltiples posibilidades, procuro aplicar un criterio estadístico que incluya a la mayoría de las viandas. Pero, además, el Búho se ha jugado los cuartos desde hace tiempo con la Termodinámica (más fiel que la Bolsa) y, por tanto, entiende de balances de materia y energía, de entalpías de combustión y esas cosas, con lo que puedo ajustar lo que me meto al coleto comiendo con lo que gasto en mis diferentes actividades físicas. Y no lo debo hacer mal porque mi peso promedio, a lo largo de más de un cuarto de siglo, tiene una desviación estándar de ± 3 kilos, décima arriba, décima abajo.

Pero a pesar de no saber del tema, no puedo morderme la lengua y dejar de hablar de un tipo de dietas que proliferan en los últimos tiempos en internet y televisiones y publicaciones con ánimo de hacer caja. Son las llamadas dietas Detox, término identificado originalmente con dietas más o menos rápidas, pero que ha ido degenerando por mor de una nueva perversidad del marketing pseudocientífico, en la que juega un papel importante (y ahí estoy yo al quite) la quimifobia contra la que me peleo.

Esas dietas tienen precedentes históricos notables. El sangrado mediante sanguijuelas, del que podeis leer un reciente y magnífico post en Animalia, tenían su fundamento (erróneo) en la necesidad de eliminar excesivas cantidades o proporciones inadecuadas de los fluidos o humores constitutivos del cuerpo humano (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flemas), según la teoría nada menos que del propio Hipócrates. Ese exceso de toxinas era eliminado por las sanguijuelas como método terapeútico, colocándolas en diferentes partes del cuerpo, dependiendo del humor a eliminar. El sangrado comenzó a tener sus días contados en los albores del siglo XIX, cuando el presidente de los EEUU, George Washington, aquejado de un aparente catarro, murió tras la aplicación de los hematófagos que tendrían que haberle curado.

La necesidad de eliminar toxinas está también en la base de otro procedimiento un poco escatológico que también data de tiempos de romanos y griegos. Sobre la base de que el intestino es el lugar en el que se acumulan todas nuestras miserias, un lavado del mismo en contracorriente, debe de proporcionar mejoras evidentes. El método ha estado un poco de capa caída hasta que, más recientemente, y como contaba hace poco The Telegraph, fue asumido por gentes de la farándula, que se iban a países asiáticos a hacerse lavados con té, introducidos por el conducto situado allí donde la espalda pierde su honroso nombre.

Dicho método no hace sino entroncar con una gran variedad de otras alternativas que se han propuesto para eliminar, supuestamente, la gran variedad de sustancias químicas que respiramos y comemos debido a su "criminal omnipresencia" en nuestro mundo moderno. En general, y como pasa con la homeopatía, no se trata de métodos peligrosos (a no ser para nuestra cartera). Básicamente es lo que hacían nuestros antepasados cuando se iban a un balnerario a tomar las aguas. Pues eso, agua, vida muelle en un lugar apartado para evitar las tentaciones mundanas, lecturas reposadas, baños, zumos de frutas, régimen más o menos severo. En definitiva, algo que todo el mundo puede hacer para que el sobrepeso y sus consecuencias no nos hagan una jugarreta. Y para descansar un poco, que siempre viene bien.

Pero en lo tocante a su estricta necesidad para eliminar sustancias químicas, la cosa es más que discutible. En primer lugar, tenemos un sistema de eliminación de sustancias poco recomendables para nuestro cuerpo de lo más sofisticado y que tiene en hígado, riñones, pulmones, piel, etc. sus más potentes herramientas. Por ejemplo, aunque llegarais cerca del coma etílico en un día descuidado (mejor no hacerlo), vuestro hígado puede procesarlo (aunque con dificultades) y recuperar su estado en cuestión de pocos días. Y el alcohol es una de las sustancias químicas más peligrosas, aunque a la gente no le parezca por estar incorporada a nuestro modo de vida. Y en segundo lugar, no hay pruebas contrastadas sobre la fiabilidad de tales métodos y, en algunos casos, hay ejemplos de que su uso intensivo puede dar lugar a problemas serios de salud, como los que pueden causar los lavados intestinales (ver el final del artículo arriba mencionado).

Todas estas cosas vienen a cuento porque con esto del twitter, al que me voy aficionando, me he convertido en seguidor de Edzard Ernst, un recientemente jubilado Professor de la Universidad de Exeter, que ha dedicado su vida científica a estudiar las verdaderas capacidades de las llamadas medicinas alternativas. He vuelto a releer el libro "Trick or treatment?. Alternative medicine on trial", publicado en 2008 con Simon Singh (un físico de partículas que la tiene tramada con los quiroprácticos y sobre el que escribí algo al final de esta entrada) y me he divertido una vez más. Hace pocas semanas el Prof. Ernst estuvo en Donosti, promocionado la traducción de su libro al euskera, realizada por Elhuyar. Curiosamente, al menos hasta donde yo sepa, el libro no se ha traducido aún al castellano.

Durante la semana pasada, Ernst nos ha tuiteado varios artículos de la prensa inglesa (ver aquí el más reciente) que ponen de relieve la tenaz pelea que tiene con el Principe de Gales. El famoso, estirado y eterno heredero es un partidario de cualquier medicina alternativa que se le ponga delante. Entre otras cosas porque, en algunos casos, tiene intereses en ello. Como en una gama de pócimas (Duchy Herbals), alguna de las cuales se emplea en dietas Detox.

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