jueves, 19 de marzo de 2009

Sonata para un crédulo

Acabo de cumplir años y cada nuevo escalón que bajo hacia la nada, sobre todo los últimos, percibo de manera clara que los esquemas mentales, en los que me he ido apoyando en mi vida, se van cayendo cual castillo de naipes. Y el último (y notorio) que empieza a tambalearse es mi empeño en luchar contra la Quimifoba que todo lo invade, empeño que, hace tres años, dió origen a este Blog. Mis relaciones con el mundo gastronómico, y los sucesos más recientes en él, me han abierto los ojos sobre la tiranía de la industria alimentaria, que nos hace consumir cientos de productos tóxicos con el consentimiento de las Administraciones públicas. Pero lo que ya me ha descabalgado violentamente, cual químico San Pablo, es un pavoroso informe sobre una molécula sencilla, de la que no había oído hablar en detalle hasta esta semana, y cuyos efectos medioambientales y de otro tipo, parecen ser imposibles de parar.

Porque ¿qué decir de una sustancia que es el componente mayoritario de la lluvia ácida, que contribuye de forma importante al efecto invernadero, que puede causar severas quemaduras en la piel y que genera radicales libres, que contribuye sustancialmente a la erosión de nuestros espacios naturales, que acelera la corrosión de muchos metales, está en tumores de muchos enfermos terminales y otros muchos efectos más?.

A pesar de esos peligros, la mencionada molécula se usa habitualmente como disolvente y como agente refrigerante en muchas industrias. Se emplea con profusión en las operaciones más cruciales de las centrales nucleares, en la producción de plásticos como las espumas de poliestireno o como agente retardador del fuego. Igualmente se emplea, de muchas formas, en la investigación cruenta con animales. También se emplea en la distribución de los pesticidas en los terrenos agrícolas y en la preparación de muchos productos alimentarios.

Menos mal que entre los científicos sigue habiendo gente responsable y sin ánimo de hacer dinero, capaces de no escuchar los seductores arrumacos de la industria química y denunciar sin ambajes, en una página web que os recomiendo, los peligros de esta sencilla molécula conocida como monóxido de dihidrógeno.

En cualquier caso, no quisiera contribuir a un pánico generalizado entre mis lectores, amigos y familiares que me soportan cotidianamente. Como siempre, "el veneno está en la dosis" (aunque es verdad que, en éste caso, disminuir mucho la dosis es difícil) y, además, estoy seguro que los más listos de mis suscriptores ya habrán adivinado que no hablamos de Madrid sino del agua (¡jejejeje.....) en un malicioso manejo del lenguaje que ya se hizo hace algunos años y que ahora ha caído en mis manos. Cuando se publicó en los años 90 una versión parecida a la "sonata" que acabo de ejecutar, su impacto fue importante y, desde entonces, mucha gente se ha tragado la inocentada, lo cual tampoco es difícil con lo bien montada que está la página web que os he mencionado arriba. Todavía en 2007, un despistado miembro de la derecha (¡Jesús, qué cruz!) del Parlamento neozelandés escribía a su Ministro para la Salud, exigiendo la "eliminación definitiva" de semejante monóxido. Que ya se sabe cómo se la gastan los monóxidos.

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viernes, 6 de marzo de 2009

Química en un Stradivarius

Ahora que lo que se lleva es la investigación aplicada, los resultados finales en forma de prototipos y evaluación de esos resultados en términos económicos, el espíritu de personas como la que, de alguna forma, provocó el inicio de este Blog reaparecen de vez en cuando y me reconfortan. Gentes para las que la pasión o curiosidad por descubrir está por encima de todo. Es evidente que investigar cuesta dinero y de alguna forma hay que conseguirlo, pero de ahí a sacrificar todo por un rendimiento cortoplacista, hay toda una gama de posibilidades. Así que no puedo resistirme a contar en el Blog un artículo que me ha llegado proveniente de una revista que, además, no tiene ningún ánimo de lucro en la publicación de resultados científicos, como lo demuestra el hecho de que proporciona acceso libre en la red, algo que cada vez es más raro de encontrar.

En el mencionado artículo, publicado en el número de enero de 2009 de la revista PLoS ONE, se puede encontrar un interesante estudio de tres investigadores tejanos que tratan de descubrir por qué ha sido imposible, incluso en estos tiempos de tecnologías sin par, fabricar violines con los niveles de perfección sonora que tienen los fabricados por los dos más conocidos luthiers de todos los tiempos, Antonio Stradivari y Giuseppe Guarnieri. Ambos fueron los miembros más ilustres de dos familias, originarias de Cremona (Italia), que comenzaron a producir estos maravillosos instrumentos en el siglo XVII y que, durante casi dos siglos, fueron los referentes en esa actividad. Todavía hoy, los más afamados violinistas y chelistas del mundo tienen a gala presentarse en los conciertos de los mejores auditorios con instrumentos de estos artesanos, aunque muchas veces no sean ellos los propietarios de los mismos, sino que lo hagan gracias al mecenazgo de Instituciones y Grupos industriales que los conservan.

Existe una vasta bibliografía a propósito de la singulariedad del sonido de estos instrumentos. Desde el tipo de madera utilizado en su fabricación, el secado de la misma, o el barniz de fórmula secreta que se acabó perdiendo en el devenir de los tiempos y que nadie ha sido capaz de recuperar. Pero nadie reproduce la calidad de los mismos. Uno de los autores del artículo, Joseph Nagyvary, lleva años investigando el asunto haciendo acopio de una vasta instrumentación analítica; en el artículo que menciono recurre a las más recientes técnicas ligadas al empleo de rayos X, para llegar a una interesante conclusión.

Cuando en 1987 se abrieron al público los archivos del Estado de la Serenísima República de Venecia (donde sobre todo los Guarnieri tuvieron una importante "sucursal"), quedó claro que la mayoría de las maderas empleadas por estos artesanos llegaban a Italia por vía marítima y que, para prevenir su deterioro, sufrían un tratamiento que parece estar en el origen de su singularidad. El artículo llega a una conclusión final que establece que todas las delicadas y valiosas muestras que se han puesto en manos de estos investigadores, provenientes de talleres de restauración a los que han ido a parar instrumentos de los maestros de Cremona, mostraban signos irrefutables de la presencia de sustancias químicas que no se encuentran en las maderas originales. Se trata de sustancias como el sulfato de bario, BaSO4, el fluoruro cálcico, CaF2, el silicato de circonio, ZrSiO4 y
boratos diversos, todas ellas empleadas en la preservación de la madera en tiempos pretéritos.

No se sabe si tras esos resultados será posible reproducir la singularidad de instrumentos tan antiguos (lo cual sería poner una pica en Flandes), entre otras cosas porque aunque los investigadores han contado con las técnicas analíticas más potentes disponían, sin embargo, de muestras minúsculas provenientes de la parte trasera de los instrumentos y no del interior de la caja de resonancia. Pero, en cualquier caso, lo fascinante del asunto para mi es que alguien dedique su vida a explorar, con una curiosidad insaciable, la razón de un comportamiento diferente que se mantiene inaccesible a su comprensión desde hace casi cuatro siglos. Y que tenga ganas, tiempo y pasta para seguir haciéndolo. Privilegio de tejanos ricos, intuyo.

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