sábado, 21 de febrero de 2009

Bardenas Reales y Selenio

Es lo que tiene el atesorar amigos con prestigio, con proyección de futuro y multifuncionales. Anda el ínclito Prof. Cossío por Méjico, lo que le ha impedido asistir a un evento al que se había comprometido pero que se lo han cambiado de fecha. Y, sin comerlo ni beberlo, me veo trasplantado, como suplente, a un hotel minimalista, en la frontera entre Tudela y la Reserva de las Bardenas, del que acabo de volver tras pasar 30 horas con una serie de personas provenientes de ámbitos tan dispares como la arquitectura, la antropología, el cine, el diseño gráfico o la producción industrial, para discutir sobre los ecosistemas humanos y la ciudad del futuro, todos ellos concitados e invitados por una empresa que se dedica al mobiliario urbano y que busca nuevas ideas que se acaben plasmando en nuevos objetos que les engorde la cuenta de resultados.

Ante tamaña situación, poco habitual en las relaciones profesionales del Búho, uno hizo lo poco que sabe hacer, c'est à dire, abrir mucho los ojitos y fijarse con intensidad en el discurso del variopinto elenco que le acompañaba. Algo abrí también el pico, pero dudo mucho de que lo que aporté llegue alguna vez a ser negocio para los que nos invitaban. En cualquier caso, la experiencia fue muy positiva. Es bueno para los que andamos con orejeras "científicas" por el mundo darse cuenta de que no se tiene ni repajolera idea de lo que se cuece en muchos ámbitos que afectan de forma sustancial a nuestra vida cotidiana. Amén de verificar, por enésima vez, de que no me entero de nada si hablan de cine y, sobre todo, comprobar que las Bardenas es un sitio magnífico para perderse, aún y a pesar de que, de lunes a viernes, los militares anden tirando pepinazos desde el aire a lúgubres esqueletos de aviones, autobuses, tanques y otros vehículos.

Como suele ser normal entre gentes de bien, además de discutir sobre la ciudad, sus habitantes y sus necesidades actuales y futuras y de visitar las Bardenas, comimos y cenamos en amor y compañía. Pude así hacerme una idea de la oferta gastronómica del Hotel que nos acogía, para acabar como colofón en el famoso Restaurante 33 (chenta y ches para los que estén puestos en fonética de la Ribera), un templo a las verduras de la vega del Ebro, cuyo diseño del año 52 duraría en manos de algunos de los que me acompañaban menos de lo que tardo en contarlo.

La primera comida fue "de trabajo" y se produjo en la misma Sala en la que estábamos filosofando, en torno a una serie de pintxos con reminiscencias navarras. Los que prepararon el evento, acompañaron el ágape con un menú explicativo del mismo que bien habría podido firmar el mismísimo Santi Santamaría. Despues del nombre convencional de cada plato aparecía la composición del mismo en términos químico-alimentarios. Y así, en un pan con tomate y jamón tradicional, aparecía la composición del mismo hasta las partes por millón, con lo que uno de los "ingredientes" del pintxo era un elemento químico que no les sonó muy bien a los organizadores: el selenio. Y ante componente tan exótico (y previsiblemente tan tóxico) era evidente que el rebote le tenía que caer al no menos exótico químico que "decoraba" el evento, osease, a un servidor.

Sobre el selenio ya hablaba yo hace casi tres años en una coletilla final a la entrada que versaba sobre cómo envenenaron a Mozart con antimonio. Pero como la referencia era corta y al tresbolillo y el asunto parece que preocupaba a más de uno de mis acompañantes en las Bardenas, aquí va una pequeña extensión al respecto.

El selenio es un ejemplo más de la máxima de Paracelso que constituye el frontispicio de este Blog: Dosis sola facit venenum, algo así como "el veneno está en la dosis". Partiendo de la base de que se encuentra en cantidades muy pequeñas en la Tierra (es uno de los 25 elementos menos abundantes) su presencia en el organismo humano parece también casi marginal, pues en un varón occidental (y enseguida vereis por qué me pongo en plan machista) rara vez supera los 10 miligramos, la mayor parte de los cuales están en los huesos, los riñones y los testículos. Las instituciones sanitarias recomiendan una ingesta máxima de 0.45 miligramos diarios. Por encima de esa dosis la cosa puede ser peligrosa para la salud y para nuestras relaciones humanas, porque el sudor del afectado de sobredosis de selenio huele a diablos. Ya le pasó a Berzelius (1779-1840), su descubridor, que de tanto andar a vueltas con retortas en las que trataba de aislar el selenio, su ama de llaves le llamó al orden un día, argumentando que olía a diablos y que debía estar comiendo ajos crudos en exceso. Como se sabe, el olor de los ajos proviene de las algunas sustancias químicas que contienen y que, en sus moléculas, llevan átomos de azufre. Azufre, selenio y teluro constituyen una de las familias clásicas en la Tabla Periódica de Mendeléyev, así que el ama de llaves no sabría mucha Química pero no andaba descaminada.

Pero por debajo de 0.05 miligramos (o 50 microgramos que es lo mismo) la cosa también se pone fea. Hoy sabemos que esas minúsculas cantidades de selenio son necesarias para formar las moléculas de ciertos enzimas con capacidad de cargarse radicales libres, los principales causantes de muchos cánceres. Esas mismas enzimas se localizan también en la parte del cuerpo del espermatozoide que une su cabeza con su cola. Dietas bajas en selenio constituyen así un factor comprobado en la baja calidad fertilizante del esperma humano, al disminuir la movilidad de los espermatozoides. Dietas sin casi selenio son la causa del llamado mal de Keshan que provoca hinchamientos anormales del músculo cardíaco y la muerte por ataque al corazón. Se han realizado estudios epidemiológicos muy concienzudos que han relacionado la falta de selenio con una alta incidencia de cáncer de próstata, alta presión arterial o artritis. Así que hay que comer cosas que contengan dosis razonables de selenio como las nueces (sobre todo las del Brasil), el pan integral, el salmón o el atún. O el tomate que tapizaba el pan que nos pusieron en Tudela bajo unas buenas lonchas de ibérico.

Y dado que en las Bardenas también hablamos de arquitectura y energía, parece razonable mencionar aquí que una parte importante del selenio que se produce anualmente se destina a la fabricación de vidrios especiales con coloridos controlados, empleados en arquitectura. Por otro lado, las peculiares características del selenio cuando la luz incide sobre él, y que le han hecho componente esencial de las fotocopiadoras modernas y las impresoras láser, se está utilizando también en dispositivos fotovoltaícos en los que la luz solar que incide en minúsculas partículas de selenio es transformada en energía eléctrica.

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domingo, 15 de febrero de 2009

Un cóctel químico llamado café

Ya os he comentado alguna vez que uno de los pocos inconvenientes que tiene el entrañable nido en el que el Búho se acerca a la prejubilación, es el de tener que soportar en sus cimientos a un negocio, de poco más de ocho metros cuadrados, dedicado a la venta de una gama exótica y colestérica de bollería industrial, amén de todo tipo de productos de confitería multicolor, trufada de múltiples aditivos que empiezan por la letra E. El garito atrae como moscas, cada día, a infantes, adolescentes y no tan adolescentes. Curiosamente, los progenitores de los principales clientes de ese negocio pueblan el segmento social más proclive, al menos en principio, a la comida natural, ecológica, vegetariana o similar y suelen estar a la cabeza de las denuncias contra la proliferación de sustancias "químicas" en nuestra vida cotidiana. Hay algo que no cuadra en esa generación.

El caso es que la irrupción del mencionado pingüe negocio supuso, en su día, la muerte de otro similar situado en la misma finca en la que, cada pocos años, tengo que actuar como Presidente de Comunidad. El probo industrial muerto en combate era de otra época. Lo que en su garito vendía era, por un lado, más lúdico (globos, cromos) que digestivo y con más componente tradicional (pipas Facundo) que de industria alimentaria moderna (napolitanas). Pero la "innovación" imperante es un tragantúa que engulle todo aquello que no se adecúa a lo que mola y Ramón, el viejo confidente de los chavales, acabó alquilando el local a una conocida panificadora guipuzcoana, no sin un pequeño cristo en la Comunidad, rebelada contra el hecho de tener que conectar a nuestra salida de humos los hornos del recién llegado. Hoy en día, estamos encantados porque el nuevo negocio es amable y respetuoso con la comunidad, el patio huele por las mañanas a pan recién horneado (aunque lo justo) y, además, sus ingresos se completan con un pequeño bar y terraza, más activos con buen tiempo, en los que se puede disfrutar de los deliciosos cafés de una franquicia italiana que lleva por nombre Illy.

Andaba yo estos días buscando en internet algo que me permitiera renovar una vieja gráfica de mis apuntes en la que se veía un cromatograma (cosas de químicos), una gráfica que viene a mostrar, de manera palmaria, la complejidad química de los aromas que se desprenden de una taza de café recién hecho. Y, entre los miles de documentos que Google me escupió al respecto, hubo uno que me llamó la atención. Es un artículo publicado por Scientific American en junio de 2002 y firmado por Ernesto Illy, cuyo apellido coincidía con la marca de los cafés que se venden en mi portal. Aunque está en inglés y más de uno de mis suscriptores me llamará a capítulo, os dejo aquí un link, por si alguien se quiere bajar el artículo entero y leerlo acompañado de un espresso o un capuccino, que es lo que procede.

Resulta que el citado Ernesto, además de Director General de Illycaffé, una empresa familiar radicada en Trieste y fundada por su padre en 1933, tiene un Doctorado en Química y ha completado sus estudios con temas de Biología Molecular. Con esas herramientas en la mano, su principal interés es sacarle partido a la ciencia en todo aquello que contribuya a generar una perfecta taza de café espresso italiano.

El artículo en cuestión no tiene desperdicio. Tras describir las principales plantas que dan lugar a los granos de café (Arábica y Robusta), se repasan las diferentes etapas en la selección de los granos y su posterior tratamiento térmico (tostado) para dar lugar a los granos de color oscuro que todos conocemos antes de su tradicional molienda. Como consecuencia de las extraordinariamente gruesas paredes celulares contenidas en los granos, cada célula integrante de los mismos se constituye en un minúsculo reactor químico, en el que las temperaturas del proceso de tostado (entre 185 y 240ºC) producen una compleja serie de reacciones químicas, entre las que las conocidas reacciones de Maillard juegan un papel fundamental. Como consecuencia de ello, las en torno a 250 moléculas aromáticas que pueden encontrarse en los granos de café sin tostar, se convierten en las más de 800 que pueblan los granos de café tostado y que pueden detectarse por técnicas como la cromatografía de gases o la espectrometría de masas.

Ernesto Illy usa un símil que resulta muy ilustrativo, para un melómano como yo, a la hora de explicar lo difícil que es encontrar un equilibrio entre esa complejidad. Imaginemos un coro de 800 voces entre los que se incluyen algunas tan representativas y singulares como Luciano Pavarotti o Jessye Norman. Si éstas no se armonizan convenientemente, pueden sobrepasar el tono medio del coro y si, además (lo que no sería el caso de mis admirados Luciano o Jessye), esas no son todo lo correctas que debieran ser, el resultado es la ruina total del conjunto. Desafortunadamente, eso es lo que pasa en el café. Moléculas de aromas significativamente predominantes, como el butanoato o el glicolato de etilo, derivadas de granos defectuosos, pueden arruinar un buen café a pesar de los centenares de otras moléculas que les acompañan. Lo mismo pasa con el tricloroanisol, la misma molécula que da a los vinos el sabor a corcho, una sustancia que la nariz humana detecta en cantidades ridículas.

El artículo repasa también las diferentes formas de preparar una infusión de café, comparando sobre todo las preparaciones por filtración por gravedad con las que se llevan a cabo en las cafeteras express a temperaturas por encima de 90 grados y casi nueve atmósferas de presión. Además de las diferencias en las condiciones físicas de la preparación, el tamaño de las partículas del café molido, diferente en una y otra estrategia de preparación, juega un papel fundamental en la consecución de la llamada "crema" que se acaba formando en la parte superior de un espresso como Dios manda. El brebajo que finalmente ingerimos es un complejo sistema coloidal, en el que las moléculas de agua están unidas a burbujas de aire, gotitas de los aceites esenciales del café, amén de partículas sólidas provenientes del café molido, de menos de cinco micras de tamaño.

No he leído nada al respecto, pero me imagino que los Illy andarán investigando la posibilidad de obtener nanopartículas de café molido y ver así las posibilidades de obtener un nanoespresso de última generación. ¡Innovar o morir!.

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miércoles, 11 de febrero de 2009

El mercurio que no cesa

El Prof. José Manuel Pereña es mi Jefe natural porque, no en vano, soy orgulloso miembro del Grupo Especializado de Polímeros de la Real Sociedad Española de Química desde su fundación, y el es el actual "líder de la banda". Es un seguidor de mi Blog que no me pasa una en el uso del castellano de Cervantes y de la terminología del mundo polimérico. Tras leer el post sobre las celebraciones de mis colegas (Cosecha del 74) y releer la vieja entrada sobre el mercurio a la que allí hacía mención, me mandó un interesantísimo comentario que más que considerarlo como tal merece toda una entrada. Así que, como el carro es mío, he decidido colgar el asunto tal y como él me lo mandó, excepto en alguna licencia literaria para conservar el tono.

El comentario del Prof. Pereña (y aquí empiezo a copiar su texto) hace referencia a la Fuente de Mercurio de Calder, una obra concebida para Exposición Universal de París de 1937 y cuya réplica está en la Fundación Miró, protegida con vidrio para evitar la toxicidad de los vapores. La historia tiene que ver mucho con una persona tan próxima al Pais Vasco y a Donosti como Sert. Y está bien explicada en este link al Museo Reina Sofía, de donde se han tomado estos comentarios de Carmen Fernández Aparicio, Conservadora Jefe de Escultura:

Tras cuatro años de ausencia, Alexander Calder regresó a París desde los Estados Unidos en abril de 1937, y muy probablemente visitó en seguida, a primeros de mayo, con su amigo Joan Miró, el Pabellón de España para dicha Exposición para el que éste pintaba el gran mural Payés catalán en rebeldía. La participación artística de Calder, el único extranjero en el Pabellón, vino dada por el deseo de los arquitectos, especialmente de Sert, de contar con una fuente de mercurio moderna, y no con la inicialmente prevista, que había sido ya instalada en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929 y que, además, presentaba problemas de funcionamiento.

Dentro del Pabellón, la Fuente de mercurio tenía un claro significado en relación con el desarrollo de la guerra: Almadén fue uno de los objetivos del ejército rebelde contra la República y aunque no fue tomado hasta marzo de 1939 por el general Yagüe, durante el año 1937 fue objeto de importantes ofensivas. Además, el gobierno de la República estaba interesado en poner de manifiesto también los intereses económicos y capitalistas que rodearon el alzamiento militar.

Sobre un foso para el mercurio de unos 220 cm, Calder ideó una obra que ponía de relieve el fluir del metal y lo integraba formalmente en la propia escultura, como fuerza motora. Tres bandejas metálicas irregulares y con diferente orientación, recogían sucesivamente el líquido que brotaba del centro y volvía finalmente al estanque. Sobre esta estructura que iba montada sobre un doble arco ubicado de lado a lado del estanque circular, Calder colocó un móvil metálico, que vibraba por el movimiento que su parte inferior, con forma de paleta, recibía del mercurio al caer hacia el estanque. La obra integraba de forma magnífica el concepto de móvil de Calder y el líquido que servía de impulsor del movimiento de toda la fuente. Este móvil incluía un gran círculo rojo y en la parte superior el texto “ALMADEN” en alambre de cobre.

En 1937, el artista norteamericano se encontraba en una situación creativa perfecta para afrontar el encargo, y no fue casual que lograse una de sus obras maestras con esta gran Fuente. Desde 1931 había avanzado en su obra abstracta móvil y estable, y en años consecutivos fue profundizando en la construcción de escultura en metal pintado con colores puros; de ese tipo son los móviles con varilla y elementos geométricos pintados que realizó en 1934 como Red and Yellow Vane, de 175,3 cm de alto, o Untitled, de 287 cm, muy cercanos formalmente al móvil que corona la fuente del Pabellón. De 1936 son otras obras en las que continuó utilizando colores puros pero con formas más diversificadas y relacionadas con la naturaleza, que se hacen gráciles como Snake and the Cross, o en Ritou, que pertenece a la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Y de 1937 es el stabile de gran tamaño Devil Fish, de 172 cm de alto, pintado en negro, una obra que está en directa relación con las formas curvas y originales de la sucesión de platillos embreados que sirvieron para conducir el metal líquido en la Fuente de mercurio.

Varios aspectos son reseñables en la Fuente de mercurio: la utilización del metal como elemento motor, la combinación de una parte estable y otra móvil y la novedosa inclusión de una inscripción en la parte superior del móvil, realizada en alambre de cobre.

La integración plena y la coherencia formal de esta obra quedaron corroboradas por el comentario que, según Calder, le hizo el pintor Fernand Léger: "En un tiempo fuiste el Rey del alambre de hierro, pero ahora eres el Padre del mercurio".

Pero el asunto también tiene una coda en prosa granadina, a la que se puede acceder pinchando aquí.

Creo haber leído, pero no he encontrado referencia, que se paró el flujo del mercurio en la fuente a poco de inaugurarla, para evitar problemas de salud a los gabachos (mientras nuestros antepasados más cercanos se peleaban con saña).

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domingo, 8 de febrero de 2009

Plastilina

Como perro viejo que soy en esto adoctrinar jovencitos en el ámbito de la Química Física y la Química de los polímeros, tengo una serie de trucos (los más finos los llamarían experiencias de cátedra) con los que cautivar la atención de los primerizos en la materia y llevármelos paulatinamente al huerto. Pero hay uno que, siempre que se me presenta la ocasión, acabo mostrándoselo a mi concurrencia. Es muy sencillo de hacer y sólo se necesita tener en el bolsillo la suficiente cantidad de plastilina como para formar con ella una bola del tamaño de una pelota de ping-pong. Con ese material en la mano, uno se puede convertir durante más de media hora en un divulgador científico con toques de charlatán de feria y de cejijunto investigador en materiales. Este post está dedicado a todos aquellos que piensan que nada motiva más a los estudiantes que la curiosidad ante un experimento impactante. Sacarle jugo a esa curiosidad en términos de conocimiento básico es la clave y si este post sirve mínimamente a los que se dedican a educar en el ámbito de las ciencias, doy por bien empleada la mañana temprana de otro p... domingo lluvioso.

Se puede encontrar plastilina en jugueterías pero lo mejor es comprarla en una tienda de prótesis, muletas, sillas de ruedas y similares, donde la venden en diferentes consistencias para recuperar lesiones óseas y musculares de handicapées y vejetes. Ese material es, en muchos casos, una silicona. Tiene otros "sacramentos" en su formulación, pero dejémoslo en que es un polímero constituido por largas cadenas de átomos de silicio y oxígeno unidos entre si, en las que una unidad sencilla se repite muchas veces. Una amiga, fiel lectora, pero de letras, me dice que siempre que empiezo a hablar de largas cadenas de polímeros parece perderse. El asunto está en que nosotros no somos capaces de ver con nuestros ojitos esas cadenas a nivel individual, pero allí están, como acreditan muchas pruebas indirectas.

A la hora de buscar un simil para explicar cómo están millones de esas cadenas en un poco de plastilina, o en la tubería de PVC que uso para regar mi terraza, a mi me gusta el que las compara con un buen montón de larguísimos y delgados fideos de spaghetti. Hoy es posible comprar bolsas refrigeradas de spaghetti en las que pueden verse muchos de ellos entrelazados entre si, formando una maraña difícil de desenredar cuando están prácticamente sólidos a la temperatura del frigorífico o el congelador. Otra cosa es cuando los cocemos. Los spaghetti se ablandan pero la maraña continúa, y hay que emplear un cierto ingenio en deshacerla, aunque con un poco de paciencia y deslizando unos sobre otros, se puede acabar con uno sólo de ellos en la mano o en el tenedor. Pues ese mismo comportamiento, aunque a nivel microscópico, es el que deberíamos tener en mente al pensar en las cosas que ocurren con la plastilina en nuestros manejos.

Cuando la plastilina la enfriamos en un congelador aquello se pone duro y estamos en presencia de lo que conocemos como un sólido amorfo. Siempre me ha llamado la atención el poco predicamento que tienen estos pobres sólidos amorfos en los libros de Química general o, incluso, en los de materias más avanzadas como los de Química Física. Por el contrario, sólidos cristalinos en los que los átomos, las moléculas o los iones se organizan en figuras geométricas tan atractivas visualmente como los cristales de hielo, la sal Maldom o minerales como la galena, aparecen en esos textos como prototipos del estado sólido de la materia.

A diferencia de esto últimos, los sólidos amorfos (y hay muchos e importantes en nuestra vida cotidiana, empezando por los vidrios de las ventanas) no presentan internamente un ordenamiento que se haga visible a nuestros ojos. Las cadenas de la plastilina fría están tan desordenadas, entrelazadas y quietas como los spaghetti congelados en su bolsa. Pero si sacamos la plastilina del frigo y empleamos un cierto tiempo en calentarla y manosearla en nuestras manos, se pone finalmente blandita y moldeable. Con nuestro nivel térmico de los 37º C hemos sobrepasado la llamada temperatura de transición vítrea, que es a un sólido amorfo lo que a un sólido cristalino, como los cristales de hielo, es su punto de fusión, esto es, la temperatura en la que el sólido se transforma en líquido. La diferencia está en que en los materiales cristalinos, la fusión implica la destrucción de las formas geométricas que adoptan, mientras que en el sólido amorfo, la temperatura de transición vítrea sólo implica pasar de que las cadenas estén quietas a que puedan moverse. Pero el desorden sigue siendo absoluto y similar al que ocurría en el sólido, como en los spaghetti congelados o en los cocidos. Fusión de sustancias cristalinas y transición vítrea de sólidos amorfos son, por tanto, dos procesos bien distintos, aunque el estado final es un líquido.

La temperatura de transición vítrea de la plastilina comercial suele estar unos poco grados por encima de cero grados centígrados, asegurando así que en nuestras manos se comporte como se comporta. Pero, la pregunta del millón es: ¿de verdad la plastilina blandita que tenemos entre manos es un líquido?.

Pues sí y, en cierta medida, no. Y vamos a ver si ilustramos la ambivalencia mediante un desfile de vídeos cortitos en el post. El primero, de poco más de un minuto, es un vídeo en el que un trozo de plastilina se coloca encima de un tubo hueco. Es evidente que la plastilina fluye y que al caer a la parte baja se va adaptando a las paredes del recipiente que la contiene (definición clásica de un líquido en los libros de texto más elementales). Si teneis plastilina a mano podeis configurarla en forma de bola e introducirla en un vasito un poco más grande que su diámetro, esperar un rato y comprobar que al final adopta la forma del vaso. Luego líquido parece que es. Si le cuesta adaptarse es porque es muy viscoso debido al gran tamaño de las moléculas que lo componen, miles de veces más grandes que una molécula convencional como el agua.

El segundo vídeo nos sirve para reafirmar ese carácter. Si lo vais a hacer con vuestra propia plastilina teneis que tener en cuenta que el vídeo tiene truco, ya que está registrado a velocidad doble de la real, pero con paciencia funciona igual. Y se puede hacer cogiendo un cilindro de plastilina entre las dos manos, estirarlo un poco y dejar que se vaya deformando y fluyendo bajo su propio peso, como ocurre en el vídeo. ¿Por qué va el asunto a ritmo caribeño?. Porque las cadenas, para fluir, tienen que desenredarse unas de otras y eso les lleva su tiempo (si cogeis spaghetti cocidos en la mano comprobareis que algunos se os escurren de las manos tras conseguir desenredarse de otros. No es exactamente igual de lento pero el símil vuelve a servir). Cuando la plastilina se estira tanto que solo unas pocas cadenas quedan en la zona central y éstas se sueltan unas de otras, aquello se divide en dos pedazos.

Pero vamos a complicar el asunto. Cojamos una bola de plastilina, bien amasada y blandita, y dejémosla caer contra el suelo (en este caso, el vídeo hay que echarlo a andar dándole al adecuado símbolo abajo a la izda). Aquello bota como una pelota. Evidentemente un líquido no bota, se desparrama. Así que algo chirría con nuestra líquida plastilina. En otro experimento alternativo, del que no he encontrado el vídeo adecuado, podemos coger un trozo de plastilina en forma de churro, algo más grueso que un dedo y estirarlo de los dos extremos con un esfuerzo rápido y seco. Veremos que el churro que teníamos en la mano se deforma un poco y se rompe enseguida, dejando dos superficies de rotura similares a las que deja un sólido al romperse. Más mosqueo, ¿no?.

De nuevo, son las largas cadenas enmarañadas las causantes del fenómeno. Tanto en el impacto contra el suelo como en el brusco estiramiento, estamos ejecutando agresiones muy rápidas contra el material. Ante las dos, su reacción es tratar de deformarse con la rapidez que lo hace un líquido normal, pero las largas cadenas y sus entrelazamientos hacen que esa deformación sea imposible en el corto intervalo de tiempo en el que el experimento ocurre. Ante esa imposibilidad, el material es como si fuera un sólido y bota y genera superficies de fractura tan nítidas como las de un jarron de porcelana que se rompe.

Los engolados académicos decimos que la plastilina es un material viscoelástico, conjugando términos ligados a la viscosidad, que es una propiedad asociada a los líquidos, con la elasticidad, propia de los sólidos. Así que nuestra plastilina (o Silly Putty) está a caballo entre ambas situaciones de referencia.

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miércoles, 4 de febrero de 2009

Cosecha del 74

Hace ahora más de 35 años, y ya me pongo otra vez en plan abuelo Cebolleta, en una fría mañana zaragozana de diciembre, muchos de los integrantes de esta alegre muchachada que veis en la foto (se puede ampliar picando en ella), estábamos sufriendo las incontinencias examinatorias de un airado catedrático, cuyo nombre no mencionaré para que no se piense que soy rencoroso. No hartos de tamaña experiencia, al terminar el examen, con el estómago lleno de telerañas, nos encontramos atrapados en una Facultad cerrada a cal y canto por orden gubernativa y con los grises pululando por el Campus. El Delfín, con el que Franco había dejado todo bien atado, había volado aquel día hacia las alturas jesuíticas de la madrileña calle Castelló, merced a la pirotecnia de unos cuantos primigenios etarras, entre los que se encontraba algún condiscípulo del Búho en la escuela pública de Hernani. No me digais que, dado mi origen, no tengo mérito en haber salido gris (aunque no de los de arriba), paciente y miembro con solera de Gesto por la Paz.

Ese era el comienzo del año académico 1973/74, en el que muchos de aquellos acabamos la carrera. Ahora, 35 años despues, se ha montado una comida celebratoria este sábado 7F en Zaragoza. Pero, al albur de esa organización, y merced a las TICs y a algún genio de las mismas (gracias, Angel) con el que contamos en nómina, la cosa se ha ido complicando hasta llegar a un pifostio de tres pares, que incluye webs para cargar y descargar fotos y canciones de la época o una lista de correo que ha funcionado como un foro. Gracias a estas nuevas tecnologías, cientos de mensajes y otros documentos han circulado entre nosotros desde primeros de año, con un halo entre nostálgico y alegre y ciertos toques de revisar cosas y sentimientos que quedaron en suspenso. El Búho siempre ha pensado que un grupo de más de dos constituye una manifestación así que, entre esa natural misantropía que me asola y mis cervicales que me machacan, he decidido que no es cuestión de embarcarse en tamaño viaje gastronómico. Pero como me va la marcha literaria, no me he podido resistir a participar en el intercambio epistolar. Y reconozco que casi todas las noches, o muy de par de mañana, me solazo con las ocurrencias de mis colegas.

Y así podría acabar esta entrada. Como una forma de dejar constancia en mi cuaderno personal de este episodio puntual y placentero. Pero dado que voy a colgar un link con esta entrada en la citada lista de correo, quiero dejar constancia, ante mis viejos colegas, que esta actividad que me entretiene es, desde su origen, un alegato contra la Quimifobia y el comportamiento neurasténico de una parte importante de nuestra sociedad contra todo lo que lleve la etiqueta química. Y de paso, a ver si incremento mi nómina de fieles suscriptores al Blog, cosa que lleva una buena marcha. Así que vamos a culminar la entrada con un tema al uso de los del Blog y que me ha surgido al hilo de los recuerdos de estos días.

Entre las numerosas anécdotas que se han comentado entre nosotros, están las ligadas a la seguridad de los laboratorios en los que nos hicimos químicos experimentales. Cada cual tiene su rosario de incidencias. Yo me acuerdo, como si fuera hoy, del permanente olor a ácido sulfhídrico en el laboratorio de Química Analítica. De un día que acabé en Urgencias porque el colega de al lado había hecho mal un montaje en el que se desprendía cloro y, de repente, me encontré con que me faltaba el aire y priveme. De cómo robábamos trozos de sodio metálico para echarlo al estanque del Campus, provocando pequeñas explosiones que daban unos sustos del carajo a los cuatro peces naranja que, de vez en cuando, aparecían por sus frías o calientes aguas (en Zaragoza todo es extremo en estas lides). Y sobre todo, de la omnipresencia del mercurio en termómetros, manómetros y todo tipo de dispositivos químico-físicos. Creo que nuestra Facultad era un sin par reservorio de mercurio en muchos kilómetros a la redonda. De hecho, un grupo de investigación entero acabó en la Casa Grande (el Hospital zaragozano de la SS) a causa de su adición a andar sintetizando compuestos mercuriales.

Ahora el mercurio está de capa caída y va camino de la asíntota de la nada. Su uso está siendo progresivamente restringido, pero todavía quedan ámbitos en los que su presencia se hace necesaria. Y, mientras tanto, la sicosis antimercurio no ceja. Estos días me he encontrado con una alerta en el Hoax-Slayer, un sitio que se dedica a desenmascarar los falsos mensajes que circulan por la red en forma de correos electrónicos que se reenvían. Dicha alerta muestra que está emergiendo una especie de nueva paranoia relacionada con el vapor de mercurio contenido en las nuevas lámparas fluorescentes CFL (Compact Fluorescent Lamps), de las que hablé en un post de hace unos meses. La alerta hace referencia a un email, que se ha multicirculado, en el que se detalla el caso de una ciudadana de Maine a la que se le rompió una lámpara CFL en la habitación en la que dormía su niño pequeño. Y de la atribulada noche que pasó al no saber cómo actuar para evitar los irreversibles daños neurológicos que el vapor de mercurio pudiera causar a la criatura.

Probablemente el sucedido será hasta falso, como ya ha ocurrido en otros casos similares de correos spam. Pero, por si las moscas, pongamos las cosas en su sitio, que ya vale. Ya os contaba en una antigua entrada sobre el mercurio, de la que me siento particularmente orgulloso, la sorpresa que me llevé, en una larga estancia hospitalaria acompañando a mi maltrecho suegro, al ver mercurio por todos los rincones. Tampoco era de extrañar. Los termómetros se ponían dos veces al día y los enfermos de Hematología, donde me encontraba, estaban para pocas gaitas, con lo que el riesgo de caída, rotura del dispositivo y posterior dispersión por parte de brava limpiadora, era altísimo. Y qué decir de los millones que se habrán roto en las casas, durante decenios, al medir las fiebres de infantes y otros enfermos. Y ahora parece que los escasos miligramos que van en una bombilla van a causar una catástrofe ambiental y sanitaria sin precedentes.

Pues oiga, no. Sentido común. Y como la cosa se resuelve en un santiamén, por si se encuentra alguna vez en el brete, tome nota. Si se le cae una CFL y se le rompe, abra la ventana de la habitación y airéela un rato. Compruebe si hay minúsculas gotitas de mercurio por el suelo. Son decorativas y no muerden. Recójalas, aspirándolas con un simple cuentagotas, y échelas a un recipiente de vidrio. Ponga agua encima y cierre el recipiente. Puede dejar alli el mercurio hasta la eternidad o ir amontonando nuevas pequeñas cantidades si se repite el incidente. Y si le da yuyu tener mercurio en el armario, llame a los servicios de recogida de su Ayuntamiento y aquí paz y despues gloria.

Y, sobre todo, no se agobie. Mas expuestos al mercurio, durante los años en los que todavía estábamos creciendo, que los ciudadanos de la foto de arriba, pocos va a encontrar. Y salvo las excepciones estadísticas naturales, la mayoría estamos vivitos y coleando, a pesar de la edad. Y dispuestos el sábado a dar cuenta de un largo y energético menú que prepare a los comensales a una larga sobremesa y, si se tercia, a una velada kitsch en El Plata, un autóctono night club zaragozano que perdura desde los setenta.

¡Va por vosotros, colegas, y que lo paseis bien!.

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