martes, 25 de noviembre de 2008

Agricultura minimalista

Ya se ha podido constatar en este Blog que el asunto del agua da para mucho y tiene, además, muchas aristas. Desde la anterior entrada dedicada a las "aguas de diseño", he visto otra noticia curiosa en la red que tiene que ver con el líquido elemento por excelencia. Agua de grifo de Nueva York, purificada mediante ósmosis inversa y embotellada en un recipiente atractivo y reutilizable, para ensalzar valores "localistas" de los nuevos newyorkers. En fin, leeros la noticia del link porque no tiene desperdicio y cada cual puede sacar sus propias conclusiones, algunas seguro que más jugosas que las que yo os puedo proponer. Mi entrada de hoy también tiene que ver con el agua, aunque cambiando de óptica. Hasta ahora siempre hemos hablado de aguas ligadas al consumo (o disfrute) humano. En esta entrada nos vamos a situar en el binomio agua/vegetales.

Esta es ya la tercera o cuarta entrada que debo a mi amigo Domingo Merino, una especie de Angel de la Guarda del sector agrícola guipuzcoano, amén de un fino conocedor de los céspedes para instalaciones deportivas, donde ha sacado los colores a más de un greenkeeper de golf con pretensiones y ha "restaurado" más de un estadio de fútbol de muchas estrellas en graves apuros. Aunque luego no se lo reconozcan como se lo merece. Pero, en fin, la fama va por otros derroteros diferentes al saber y, salvo raras excepciones, es más famoso el cafre que, de un zapatazo, arranca un metro cuadrado de un cesped mal cuidado que el técnico que podría impedir tamaños desaguisados de manera permanente.

El caso es que, además de las cualidades arriba mencionadas, Domingo es uno de los promotores de la extensión entre los agricultores guipuzcoanos del cultivo hidropónico. La hidroponía es una suerte de agricultura minimalista en la que no se necesita más que agua, ciertos aniones (nitratos, sulfatos, fosfatos) y cationes (calcio, magnesio, potasio) en concentraciones adecuadas y luz para que plantas ornamentales y hortalizas crezcan con profusión y sin mayores problemas. La gracia principal del asunto es que los nutrientes disueltos se hacen llegar a las raíces de las plantas sin que necesitemos el soporte de la tierra. En su lugar se suele usar arcilla o perlita (una roca volcánica) que, sometidas a altas temperaturas, generan estructuras porosas e inertes que se colocan en recipientes de plástico o bien formando una especie de suelo virtual. Aunque su origen puede cifrarse en el siglo XIX, ha sido necesario que haya transcurrido casi un siglo para que dispongamos de medios analíticos casi en tiempo real, instalaciones inteligentes (en la que los plásticos juegan un papel fundamental) y, sobre todo, el suficiente conocimiento como para que que la hidroponía haya sido aceptada en muchos lugares, incluido el campo guipuzcoano.

Los mayores detractores de este tipo de cultivo, muchos de ellos situados en el llamado sector orgánico o ecológico, siempre han basado su aversión al mismo en la ausencia de tierra como soporte para el crecimiento. Es otra cara más de ese atavismo cósmico, que parece ligar todo lo que tiene que ver con la vida y su sustento a los aristotélicos elementos: tierra, aire, agua y fuego. Pero desde Aristóteles ha llovido bastante agua y, además, el argumento tiene poca consistencia en los tiempos de desarrollo sostenible que corren.

La hidroponía ahorra importantes cantidades de agua frente a la agricultura convencional. Permite cultivar donde no hay suelos cultivables (que cada vez son más, merced a la desertización). Permite el cultivo prácticamente sin pesticidas o herbicidas, al eliminar una fuente de esos problemas: el propio suelo. Tanto es así que, en algunos lugares, los cultivos hidropónicos pueden comercializarse como cultivos orgánicos, mostrando así, una vez más, la inconsistencia del término orgánico en estos aspectos. La hidroponía evita que las aguas de riego, con todo lo que se llevan por delante, acaben en las aguas subterráneas. Pero, sobre todo, permite un control ajustado de la forma en la que alimentamos a la planta, algo díficil de conseguir mediante un abonado con estiércol que, dependiendo del origen del mismo, varía mucho en su contenido en los aniones y cationes que necesita la planta.

Y el que se anime a experimentar lo tiene fácil. Cada vez hay más viveros que proporcionan los materiales adecuados para que, con ayuda de métodos hidropónicos, conviertan nuestra terraza en una huerta de tomates y hortalizas o en un pequeño jardín con las más variadas plantas ornamentales. Y no entremos en polémica sobre los diferentes sabores de los vegetales cultivados por hidroponía o con suelo tradicional. Como dice mi amigo Enrique Espí, que de esto sabe un rato, la culpa de algunos insípidos tomates no la tienen ni la hidroponía ni el plástico que cubre el invernadero, sino la avaricia del productor que prefiere especies adecuadas a transportes largos y rentables, a costa de hacernos perder los sabores y la textura de otras variedades menos comerciales.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Por alusiones (como dicen en el programa de Ana Rosa).

De acuerdo en todo aunque, puestos a disparar contra alguien, la culpa de la insipidez de los tomates se la achacaría a los intermediarios y la gran distribución, más que a los productores. Además de llevarse bastante más dinero trabajando bastante menos que éstos, son los que determinan en gran medida las variedades que se plantan.

Yanko Iruin dijo...

Pues si Ud. lo dice, punto en boca. Que seguro que yo no había captado todos los matices de algo sobre lo que me has instruído varias veces.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con Espí, el problema del poco sabor de los tomates es culpa de los intermediarios (quieren tomates como piedras para que no se pierdan) y de los consumidores que compran tomates verdes o frutas duras como piedras. Bueno en general la mayoría de la fruta se vende verde.

gabriela dijo...

El tomate insípido es el tomate transgénico, ese bien ordenadito, son todos igualitos, del mismo tamaño...¡No hay como el tomate antiguo! ¡Con sabor a tomate! claro que el tomate antiguo no le gusta a los comerciantes, porque dura poco, se le hacen machucones, y se pierde gran parte del cajón de tomates....

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